Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino

Hoy he terminado de leer Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino, e inmediatamente he vuelto a empezarla seguro que de la relectura obtendré una experiencia nueva, tan viva como la que he tenido leyéndolo por primera vez o, quizás, incluso más viva e intensa, porque ahora no hay el factor desconcierto que me invadió al principio, cuando no sabía hacia dónde me conducía una historia que se interrumpía con más historias que nunca terminaban. Y es que éste es el argumento de la novela, las vicisitudes de un Lector y una Lectora que ven interrumpida continuamente la lectura de las novelas que caen en sus manos buscando la continuación de la primera. Durante todo este periplo angustioso, el Lector se siente cada vez más atraído por la Lectora, que se manifiesta receptiva a su afecto pero sin un compromiso explícito. Distante e inalcanzable, la Lectora aparece y desaparece de la vida del Lector, que ya no sabe si lo que busca es satisfacer su curiosidad o la de la Lectora, pensando que con su esfuerzo y constancia en la persecución de la continuación de la novela inacabada podrá conseguir su amor.

Sorprendente, original, brillante, inteligente, intrigante…; todo esto y más me ha parecido esta obra que Italo Calvino escribió en el año 1979, en el marco de la denominada ‘etapa combinatoria’ y que fue muy bien acogida en Italia y los Estados Unidos, donde se la consideró una muestra excelente de la literatura posmoderna y de lo que se ha venido a denominar metanovela, una novela que se articula en torno de la reflexión sobre la propia naturaleza de la novela. En las páginas de Si una noche de invierno un viajero están expuestas las posibles relaciones de la novela con sus lectores, su incapacidad para reflejar una realidad objetiva, pero, a la vez, la facultad de suscitar múltiples interpretaciones, todas válidas y reales, a través de la lectura de cada lector.

Llena de reflexiones alrededor del hecho de narrar y de leer, es natural que, como persona interesada en la narración y en la lectura, me entusiasme. Pero mi entusiasmo no se centra tanto en la reflexión en sí misma, como en la originalidad del marco en que se produce. Calvino no expone sus pensamientos sobre la creación novelística en un libro de ensayo, ni con un diario personal lleno de anotaciones sobre el hecho de escribir como hace su amigo Cesare Pavese, ni a través de epístolas a colegas como han hecho tantos otros, Hermann Hesse y Thomas Mann, por ejemplo, sino que lo hace a través de una novela que atrapa al lector precisamente porque empieza y no prosigue, y este hecho se repite hasta diez veces, como en un juego de muñecas rusas. Y todas estas historias apuntadas van creando en el lector real el mismo grado de intriga que crea en los lectores de ficción y que los hace ir de un sitio a otro buscando la continuación de las lecturas interrumpidas en medio de una absurda maquinación de falsificaciones, orquestada por el enigmático Ermes Marana, con quien la Lectora ha mantenido una relación indeterminada en el pasado.

Si una noche de invierno un viajero viene a ser un juego provocador que el autor utiliza como excusa para reflexionar sobre las múltiples lecturas del hecho de novelar. Calvino dice de su obra: «Es una novela sobre el placer de leer novelas; el protagonista es el Lector, que intenta leer un libro diez veces y que por causas ajenas a su voluntad, no puede terminar nunca de leer. De manera que tuve que escribir el comienzo de diez novelas de diez autores imaginarios, todos de algún modo diferentes de mí y diferentes entre sí.»