Un puñado de polvo, de Evelyn Waugh

Hay libros que los compro después de haberlos leído. Han llegado a mis manos porque me los han prestado o los he sacado de la biblioteca pública y, tras leerlos, siento que quiero tenerlos cerca, tocarlos, abrirlos y releer una o dos páginas. Son libros que su sola presencia me estimula y hacen que me sienta afortunado de poseerlos. Otros, en cambio, los compro ilusionado, con el deseo de vivir una experiencia enriquecedora con su lectura, y me decepcionan. A estos los destierro, los alejo de mi todo cuanto puedo. Según el grado de decepción los regalo o los tiro directamente al contenedor de reciclaje de papel con la esperanza de que puedan servir de materia prima para nuevos y mejores libros.

Un puñado de polvo, de Evelyn Waugh, me lo llevé de casa de Isabel. Aquella mañana volaba de Palma a Barcelona y no tenía ninguna lectura para entretener la espera. Y como no había leído nada de este escritor inglés y el libro era de reducido tamaño, ideal para meter en el bolsillo frontal de la maleta, lo tomé de la estantería. Lo leí en el aeropuerto, en el avión, y durante dos noches en casa. Ahora ya forma parte de mi biblioteca, junto con su famoso Retorno a Bridesheat (Bridesheat Revisited, 1945), que me espera.

La primera parte de la historia retrata la vida vacía y ociosa de la clase alta inglesa. Reuniones a media tarde para tomar el té, fiestas, comidas, cacerías… Los personajes se mueven entre los espacios neogóticos de una gran mansión rural –Hetton Abbey, propiedad de Toni Last– y Londres. Y lo que empieza como una insustancial aventura amorosa de Brenda Last, la esposa de Toni, de pronto se transforma en una tragedia y nos traslada a las inhóspitas selvas de Brasil, con Toni Last convertido en explorador a fin de olvidar a su mujer, que lo ha dejado. El desenlace, de un dramatismo sorprendente, digno del mejor Poe, resulta tan inquietante y sobrecogedor que no puedes evitar interrogarte sobre las paradojas del destino.

Cerré el libro pensando que de allí podía salir una película estupenda, de aquellas que dejan al espectador sentado en la butaca, abrumado, intentando digerir el infortunio del protagonista. Después he visto que Charles Sturridge debía de pensar lo mismo que yo, porque en 1987 dirigió la versión cinematográfica de Un puñado de polvo, con James Wilby y Kristin Scott Thomas en los papeles protagonistas y Angélica Huston, Alec Guinnes y Judi Dench en el reparto. Ahora siento curiosidad por verla.

Pero no solo se ha de valorar Un puñado de polvo (A Handful of Dust, 1934) por el planteamiento argumental y la pintura de los personajes; la resolución literaria es de una modernidad que cuesta creer que sea una novela escrita hace ochenta años. La concisión en la descripción de las escenas, la visión crítica de la sociedad que nos presenta, la fina ironía y la precisión y elegancia de los diálogos ponen de manifiesto que estamos ante un excelente escritor, uno de esos pocos creadores que traspasan modas y géneros, y que proyectan su obra más allá del tiempo.