"Sí, soy alcohólico", confiesa Sebastià Alzamora
Que una persona confiese públicamente una drogadicción es poco frecuente, pero si quien lo hace goza de una cierta fama y prestigio, todavía lo es más. Y esto es lo que ha hecho Sebastià Alzamora este fin de semana pasado en el suplemente del diario Ara, del que es un colaborador habitual: confesarse públicamente alcohólico, mejor dicho, ex alcohólico.
Sebastià Alzamora es un buen escritor, con un montón de premios que acreditan su trayectoria ascendente y consolidada desde muy joven y con varios títulos que han traspasado la frontera del catalán y se han traducido a otras lenguas. Es, por tanto, un hombre que en el ámbito literario disfruta de un respeto bien merecido. Hablé de él al pasado mes de abril a raíz de la nota sobre su novela Sara i Jeremies (nota 23/04/2016); hoy lo vuelvo a hacer para manifestar mi admiración por el ejercicio de humildad y de sinceridad que ha hecho este fin de semana con la intención de alertar sobre los riesgos de una droga socialmente aceptada y que actualmente goza un gran prestigio gracias a la aparición y difusión de una cultura del vino.
Es cierto que el consumo mesurado de alcohol no es peligroso, es más, incluso parece que algunos médicos lo recomiendan. (A los veinte años, en el marco de una depresión que padecí, un médico me recomendó que me tomase un vasito de vino con el desayuno. Nunca he sido un gran bebedor y no recuerdo si le hice caso; seguramente sí, porque cuando no estás bien de salud y te sientes desorientado y vulnerable, eres capaz de hacer y de creer cualquier cosa.) El problema con el alcohol nace cuando la mesura, por la razón que sea, se convierte en desmesura, y lo que puede ser un estimulante saludable pasa a ser un venero. Éste es el riesgo: no saber establecer el límite.
Sebastià y yo nos conocimos cuando él estaba en el Espai Mallorca, de Barcelona, y yo fui a pedir si me dejarían presentar La mirada obscura, que me acababa de publicar Edicions Documenta Balear. Era el año 1999. Luego nos fuimos viendo en algunos actos literarios y, de vez en cuando, nos encontrábamos por la calle, pues los dos vivíamos en el mismo barrio ―la Esquerra de l’Eixample―, muy cerca el uno del otro. Después él regresó a Mallorca, a Llucmajor, su ciudad natal, y perdimos el contacto.
Pero a pesar de esta esporádica y corta relación, yo guardaba un buen recuerdo de su actitud cordial y afectuosa siempre que coincidíamos. Por eso, este pasado mayo, cuando tenía que hacer la presentación de La venus negra en Palma, pensé en él. Y se lo propuse a pesar de que algunas voces ya me advertían del riesgo que corría a causa de su problema con el alcohol. Enseguida me dijo que sí y yo me sentí halagado por el hecho de contar con el respaldo de una figura prestigiosa de la literatura catalana actual. Pero la presentación no fue como yo ni nadie se esperaba. Sebastià se manifestó impreciso y dubitativo y llegó a angustiar a los amigos que asistían al acto.
Ahora sé la razón y aún le estoy más agradecido por el esfuerzo que hizo para complacerme. Por esto quiero compartir su emocionante testimonio sobre una enfermedad tan estigmatizada desde la salud.
Sí, sóc alcohòlic, de Sebastià Alzamora
(Fotos bajadas de Internet)