Va de cine

Hace unos días Isabel estuvo en Barcelona y fuimos al cine en dos ocasiones. Y en ambas acertamos. De hecho, casi siempre es ella la que asume la responsabilidad de acertar o no, porque es la que decide qué debemos ir a ver. Su temperamento inquieto y curioso la lleva a tener información sobre un gran abanico de temas, que van desde la oferta cultural hasta la alimentación. Yo, ante sus conocimientos, generalmente me dejo llevar, tanto si se trata de ir a ver una película como de incorporar un nuevo alimento a mi nutrición. Y de este modo, además de haber visto buenas películas e interesantes exposiciones, he pasado a consumir una gran variedad de granos y semillas que me han regulado el tránsito intestinal. 

El primer acierto cinematográfico fue La sociedad literaria y el pastel de piel de patata (The Guernsey Literary and Potato Peel Pie Society, 2018). Adaptación de la exitosa novela epistolar del mismo título, de Mary Ann Shaffer y Annie Barrows, sobrina de Mary Ann y que intervino en la redacción de la obra a causa de la mala salud de su tía, que murió antes que se publicase. La dirección de la película corre a cargo del inglés Mike Newell, el de Cuatro bodas y un funeral (1994) y el último Harry Poter —Harry Poter y el cáliz de fuego, 2005—, quien ha contado con la colaboración de los guionistas Thomas Bezucha y Don Roos, que han resuelto con acierto la difícil adaptación de una novela planteada como un cruze de cartas entre los dos protagonistas, la joven escritora Juliet Ashton —Lily James— y el granjero Dawsey Adams —Michiel Huisman.

Se trata de una historia romántica en el más puro estilo Jane Austen por lo que tiene de inteligente, amable y estimulante, situada al final de la Segunda Guerra Mundial y que se mueve entre Londres y la pequeña isla anglonormanda de Guernsey. El relato cinematográfico conjuga presente y pasado mediante una serie de flashbacks que nos cuentan los hechos que sucedieron durante la ocupación nazi de la isla y que son la causa de las tensiones y el misterio que rodean a la pequeña comunidad que la habita. Las circunstancias sentimentales de Juliet, prometida a un oficial norteamericano, añaden emoción a la historia.

El otro acierto fue Bohemian Rhapsody (2018). En este caso he de decir que la película la elegí yo movido por la añoranza de un pasado compartido con mi hijo, un gran admirador de Freddie Mercury y de Queen cuando solo contaba con once o doce años. Y lo que creía que sería simplemente una película musical que me llenaría de melancolía en evocar unos años llenos de penumbras, iluminados tan solo por la alegre vitalidad de mi hijo, resultó ser una película que reflejaba con acierto y sensibilidad la vida azarosa de Farrokh Bulsara, Freddy para la familia y Freddie Mercury para el gran público. El actor Rami Malek hace una excelente recreación del líder de Queen, y las canciones del grupo, remasterizadas o interpretadas por Marc Martel —una réplica sorprendente de la voz y la forma de cantar de Mercury—, llenan una banda sonora espléndida, repleta de los éxitos del grupo inglés, que contó con una de las mejores voces masculinas de la música rock. La película la empezó Bryan Singer, director norteamericano del que he visto Sospechosos habituales (The Usual Suspects, 1995) y Valquiria (Valkyrie, 2008), y la termina el británico Dexter Fletcher, después que los productores despidiesen a Singer pocas semanas antes de finalizar el rodaje. La única nota discordante que encontré fue que en su caracterización de Freddie Mercury, Rami Malek utilizaba una prótesis dental demasiado exagerada.

Resumiendo, dos películas que se pueden ver con gusto. Y si en la primera se pone de relieve el papel de la literatura como consuelo y refugio de los valores humanos en tiempos de barbarie; en la segunda es la música la que se manifiesta como una herramienta poderosa para el hermanamiento de quienes poblamos este convulso mundo.