Viaje a Suecia

Cuando Isabel me comunicó que el congreso de matemáticas al que tenía que asistir era en la ciudad sueca de Skövde, tuve que buscarla en un mapa porque nunca había oído hablar de ella. Una visita rápida a Internet me informó que, precisamente, lo más relevante de Skövde era su universidad, creada en 1977 al abrigo de una implantación industrial creciente, liderada por la instalación de una planta de fabricación de motores Volvo. Así, de entrada, la cosa no prometía demasiado, sobre todo para mí, que dispondría de mucho tiempo libre. Y en previsión de aburrirme como una ostra me llevé dos novelas de Jim Thompson.

Pero la verdad es que la estancia en Skövde fue bastante entretenida y sirvió para hacerme una idea de cómo se vive en una pequeña ciudad sueca, como son la mayoría.

Skövde se halla sobre esta gran llanura salpicada de lagos que es el sur de Suecia, al pie de la pequeña meseta de Billingen, que separa las cuencas de los dos lagos más grandes del país, el Vänern y el Vattern. En lo alto de Billingen —304 metros de cota máxima— hay una estación de invierno a la que me llegué dando un paseo. Pero penséis que tuve que andar mucho; en una hora y media fui del centro de la ciudad a Billingen, que en esta época del año era una sucesión de prados verdes, pequeños lagos y bosques de robles, hayas y píceas. De regreso, atravesé tres cementerios, que, en Skövde, se intercalan con toda naturalidad entre las áreas urbanizadas. Hacía una mañana espléndida y varias personas paseaban entre las tumbas como quien se pasea por un parque. Me chocó esta convivencia estrecha entre muertos y vivos, que aquí no es nada habitual.

En una visita al museo municipal me enteré de que el núcleo de la ciudad tiene un origen medieval y se organizó alrededor de la iglesia de Saint Elin (Santa Helena), convertida en centro de peregrinaje a causa del asesinato de la pobre santa un día del año 1160 cuando iba a misa. La afluencia de peregrinos hizo prosperar Skövde hasta que el triunfo de la Reforma luterana en Suecia acabó con la devoción a los santos y la llevó a la decadencia. Corría el siglo XVI. Para acabarlo de rematar, en el año 1759 un incendio devastó la ciudad, de la que tan solo quedaron cuatro casas, ni una más ni una menos, que hoy todavía se conservan en el marco del Helensparken.

Ciertamente, en Skövde no hay ningún edificio monumental que merezca la pena ser mencionado. Solo diré que el más vistoso era nuestro hotel, una especie de mansión señorial del siglo XIX cercana a la estación de tren, mudo testigo del renacimiento de la ciudad. Porque si la ciudad resurgió de las cenizas —y nunca mejor dicho— a mediados del siglo XIX fue gracias a la decisión de hacer pasar por ella la línea de ferrocarril que une Estocolmo con Göteborg. A partir de este momento la economía de Skövde, hasta ahora básicamente agraria, se transforma; la actividad artesanal y comercial crece y surge una industria incipiente.

Durante el siglo XX la actividad industrial se consolida, sobre todo con la llegada de la Volvo, y se crea un centro de formación técnica y de investigación que será la semilla de la Universidad de Skövde. Hoy, la ciudad, organizada en barrios dispersos alrededor del núcleo antiguo —el Centrum—, convertido en centro comercial y de ocio, cuenta con unos 50.000 habitantes y disfruta de una vitalidad reposada. En los barrios residenciales se alternan los bloques de pisos —por lo general no demasiado altos— y las casitas aisladas con jardines bien cuidados. Las calles son anchas y tranquilas, con poca circulación, y el orden y el silencio es la sensación dominante, en contraste con el bullicio de las ciudades mediterráneas. Hay una buena dotación de centros culturales, con curiosos horarios; por ejemplo, el museo municipal —Stadsmuseum— abre de martes a viernes, de 12 h a 16 h, motivo por el que tuve que ir un par de veces. Pero no porque fuese tan interesante que no tuviese tiempo de verlo en cuatro horas, sino porque me acerqué a él una mañana a las 10 y lo encontré cerrado.

Por las tardes, como las sesiones del congreso terminaban a las cuatro y el día era muy largo —hasta las diez y media de la noche había claridad—, pudimos hacer una excursión a Varnhem y visitar a los grandes lagos. Pero de esto ya hablaré en otro momento.