Reencuentro, de Fred Uhlman

Días pasados, hurgando en la biblioteca de Isabel encontré Reencuentro, de Fred Uhlman. Recordé que hacía años, quizás más de treinta, mi suegro entonces, un hombre recto y severo con el que había tenido un inicio de relación difícil, me lo regaló en lo que interpreté como un gesto de aproximación. Era la primera edición castellana y lo leí con gusto por su calidad y por lo que significaba en mi caso. A su lado, en el estante, estaba Un alma valerosa, del mismo autor, que en la contracubierta informaba que se trataba de la segunda parte de Reencuentro. Y como no lo había leído, los cogí los dos.

La relectura de Reencuentro me volvió a deleitar por el acierto del autor a la hora de reflejar las dudas y los sentimientos de un adolescente alemán, judío, que se siente atraído por un compañero de la escuela perteneciente a la nobleza. El paso de la admiración silenciosa a la amistad está relatado con una delicadeza y mesura extraordinarias y llegas a participar de la fascinación inocente que el joven conde Konradin von Hohenfels ejerce sobre el inteligente y solitario Hans Schwarz, el protagonista. La relación entre ambos se establece durante la ascensión del nazismo y se interrumpe al año siguiente cuando el padre de Hans, un reputado médico de Stuttgart, condecorado por su participación en la Primera Guerra Mundial con el ejército alemán, lo envía a casa de unos parientes, en los Estados Unidos, ante el cariz que toman las cosas en Alemania con Hitler en el poder.

La novela, inspirada en la propia experiencia del autor, fue publicada por primera vez en Londres, el año 1971, con el título de Reunion, y pasó desapercibida. Pero seis años más tarde, la editorial Collins & Harvill la reeditó precedida de un prólogo del periodista y escritor Arthur Koestler y rápidamente se convirtió en un best seller mundial.

Es curiosos que el éxito y el reconocimiento llegasen a Fred Uhlman a los 76 años y de la mano de la literatura, cuando toda su vida había luchado para triunfar como pintor. Precisamente, buscando la luz y el color, en abril de 1936, Uhlman dejó París, donde se había refugiado huyendo del nazismo, y se estableció en Tossa de Mar, que se había convertido en punto de encuentro de artistas e intelectuales catalanes e internacionales. En Tossa conoció a Diana Croft, una turista inglesa que poco después se convertiría en su esposa. El estallido de la Guerra Civil le hizo emprender el regreso a París, vía Marsella. Durante el viaje, un incidente con su pasaporte aumentó las dificultades que tenía para vivir en Francia como extranjero y lo hizo decidirse a probar fortuna en Inglaterra, donde residió hasta su muerte en 1985.

Si la lectura de Reencuentro fue de nuevo una experiencia gozosa, la de Un alma valerosa fue una decepción. El relato, que se articula como la carta que escribe Konradin von Hohenfels antes de ser ejecutado por haber participado en un complot contra Hitler a su amigo Hans Schwarz, consiste igualmente en una evocación de la amistad que los unió a los dieciséis años, pero tanto al tono como a la escritura les falta la sutileza emocional y la delicadeza de la anterior narración. Y a pesar de que el editor hace figurar en la portada de la novela a Uhlman como autor, estoy convencido de que no la escribió él y que se trata de una interesada operación editorial a fin de aprovechar el éxito de Reencuentro. De hecho, Un alma valerosa se publica once años después de la muerte de Uhlman y el mismo texto promocional se limita a decir que se trata de una segunda parte en la que Uhlman había pensado. Por otro lado, en ninguna de las bibliografías inglesas de Uhlman que he consultado figura No Coward Soul, que es el título original. 

Por tanto, si no habéis leído Reencuentro, os la recomiendo. Y si la habéis leído, releedla. Vale la pena. De Un alma valerosa, olvidaros.