Reflexiones

Sobre el mal y la maldad

El terrorismo islámico ha golpeado Barcelona. Era de esperar. La ciudad está de moda y sus calles bullen de turistas cada día. Un marco ideal para cometer un atentado y asegurarse los efectos mortales y la popularidad.

A pesar de que en este momento no estoy en Barcelona, he sentido el ataque muy cerca. Las víctimas podían ser parientes, amigos o conocidos, personas que quiero o aprecio. Y me he preguntado una vez más, ¿por qué? ¿Por qué esta violencia destructora de vidas? ¿Por qué esta maldad desaforada? Intento ponerme en la piel del terrorista para comprenderlo, pero no puedo, no me encuentro a gusto; los sentimientos que experimento son tóxicos y me ahogan. Odio, resentimiento, desprecio del prójimo, deleite en hacer daño… La maldad encarnada en un ser humano.

Por desgracia, hay muchas formas de hacer daño, desde las más sofisticadas, las de guante blanco, que juegan con las vidas de las personas a través de implacables mecanismos de mercado, hasta las más directas y violentas, las que sencillamente matan a tiros o a cuchilladas porque no te gustan quienes te rodean, porque no piensan igual que tú o porque son el enemigo en una guerra inventada por alguien que quiere estar en guerra, por alguien para quien el odio y la guerra son sus razones de ser.

El mal y la maldad siempre han estado entre nosotros y siempre lo estarán dicen voces calificadas. Civilización significa precisamente ganar terreno al mal, alejarse de la barbarie y ampliar la plataforma de los que viven pacíficamente y permiten que vivan en paz quienes les rodean. Pero todavía estamos lejos de la civilización absoluta, aquel momento en que el respeto, la comprensión, la solidaridad y el amor entre humanos cierre el paso a todos los sentimientos que alimentan la maldad, desde la ambición desmesurada de poder y el orgullo mal entendido hasta el deseo de matar indiscriminadamente arrastrado por una idea. Ya sé que este estado de civilización absoluta debe de ser un sueño, una utopía, que la maldad está dentro de nosotros como lo está la bondad, pero me resisto a aceptarlo, y me esfuerzo en hacer avanzar en mí sentimientos de hermandad y en rodearme de personas que se esfuerzan en la misma dirección, miro de crear una isla de paz a mi alrededor y agrandarla tanto como pueda, incorporar en una área civilizada personal a todos aquellos que tienen asumido que es el único camino posible, lo único que vale la pena vivir. Porque vivir entre y en la maldad es un error lamentable, una existencia malograda, la desgracia de haber contraído la peor de las enfermedades: la enfermedad del alma.