Sobre una lectura tardía de Steinbeck

En 1962, cuando se fundó el Círculo de Lectores, yo tenía 14 años, y no sé si fue aquel mismo año o el siguiente que me suscribí. Lo que sí tengo presente es que mi adolescencia estuvo ligada al este flujo regular de libros, que me proporcionaba momentos de ilusión. 

Los libros los elegía mediante un catálogo mensual que iba incorporando novedades y me los traía a casa el comercial que me había hecho la suscripción y que, a la vez, recogía el pedido siguiente. No recuerdo el nombre, pero sí su aspecto pulcro y su gran maleta llena de libros y catálogos. Para la elección me leía los pequeños resúmenes de los argumentos y anotaba todos los que creía interesantes. Pero como solo podía pedir uno o dos, me costaba decidirme.

Así fui haciendo una pequeña biblioteca bastante diversificada, en la que se mezclaban novela, poesía, teatro, filosofía y divulgación científica. Creo que estuve en el Círculo hasta que entré en la universidad y el catálogo se me hizo insuficiente. Pero durante estos cinco o seis años hice lecturas que me causaron una profunda impresión y de las que he guardado un gran recuerdo. De entre todas ellas destacan tres de las más primerizas: La cicatriz, de Bruce Lowery, El viejo y el mar, de Ernst Hemingway, y La perla, de John Steinbeck. Los tres libros aún están en casa.  

Naturalmente, no todos los libros que este flujo mensual me proporcionaba me los leía. Había algunos que cuando los empezaba, me daba cuenta de que habían sido elecciones equivocadas y, a pesar de que me esforzaba en acabarlos, a veces no podía. Esto siempre comportaba una decepción, a la vez que me dejaba un regusto a derrota que me mortificaba. Otros simplemente pasaron a ocupar un lugar en la estantería esperando su turno, que no llegó nunca. Uno de éstos es Atormentada tierra, de John Steinbeck, que he leído estos días y que, una vez terminado, lamento no haberlo hecho antes.

Para empezar tengo que decir que Atormentada tierra es el título con el que Luis de Caralt Editores publicó la novela en 1963 y que el Círculo de Lectores incorporó a su catálogo, pero el título original es To a God Unknown. Por si alguien quiere leerla, he visto que el Grupo RBA ha publicado una nueva edición castellana respetando, ahora sí, el título original —A un Dios desconocido, RBA Libros, 2010.

A un Dios desconocida es la segunda novela de John Steinbeck y la publicó en 1933. En ella ya está presente esta exaltación de la naturaleza que caracteriza su obra y la predilección por personajes que establecen vínculos intensos y fatídicos con ella. En este caso se trata de un hombre —Joseph Wayne— que, desoyendo la advertencia de los más viejos, se establece en un valle de California tras un intenso período de sequía con el convencimiento de que no se repetirá, y crea una próspera hacienda ganadera. Pero los ciclos naturales son inmutables y, al cabo de unos años, la sequía se abate de nuevo sobre el valle, doblegando la voluntad y la fe de Wayne. Una precisa y plástica descripción de los cambios estacionales sobre el valle y las criaturas que lo habitan, unos personajes dotados de fuertes convicciones, que los rigen incluso en contra de sí mismos, y el aliento inaprehensible y misterioso que impregna la naturaleza y alimenta tanto las alegrías como las tragedias humanas son las bases sobre las que Steinbeck construye un relato intenso, cargado de lirismo, que va penetrando en el lector a medida que se desarrolla hasta capturarlo.

La resonancia poética de la prosa de Steinbeck es capaz de atravesar la rancia traducción de Caralt Editores y hacerse perceptible a fin de dar forma a un pensamiento preocupado por transmitir la intangibilidad de las relaciones que ligan la vida con la tierrra y la confusión que esto produce en el atribulado ser humano.