Noticia de Son Bauló

Visita guiada a la necrópolis de Son Real

He manifestado repetidamente mi fascinación por la necrópolis de Son Real, que se halla a unos veinte minutos andando del extremo oriental de Can Picafort. A lo largo del año la visito varias veces, en diferentes horas del día. Es un lugar que me atrae de una forma indefinida y misteriosa, no es que piense nada extraordinario mientras contemplo sus piedras, ni sufra espejismos o viajes astrales que me comuniquen con los que fueron allí enterrados hace casi 3.000 años, no, simplemente observo y basta; con la mente vacía de cualquier perturbación, miro y hago fotografías. Debo de tener centenares de fotografías de la necrópolis de Son Real. Porque siempre que voy o paso por su lado a la ida o a la vuelta de la Illa des Porros no puedo evitar acercarme y, si llevo la cámara, fotografiar este lugar sagrado de nuestros antepasados talayóticos y de los posteriores pobladores de la zona. Quizás es esto lo que percibo, su sacralidad secular. Y es que este punto de la costa balear conservó el aura de lugar sagrado durante más de dos milenios y el sentimiento ha impregnado el paisaje, sobre todo al atardecer, cuando el sol se bate en retirada y la sombras se alargan.

En la necrópolis de Son Real, también conocida popularmente como el “Cementiri dels Fenicis”, hay 130 tumbas documentadas, en las que se han encontrado restos de más de 400 individuos. Y se tiene la seguridad de que había algunas más que temporales y expolios han hecho desaparecer. Los arqueólogos distinguen tres fases en su construcción. La primera y más antigua —siglos VII y VI aC.— constituye el núcleo del cementerio y está integrada por sepulturas en forma de pequeños talayotes circulares y cuadrados. La piedra está bien tallada y enterraban en ellas únicamente a hombres de la élite dirigente de los poblados de alrededor. 

La segunda fase comprende los siglos VI y V aC. y la integran tumbas en forma de pequeñas navetas que se distribuyen alrededor del núcleo talayótico. Por los restos encontrados, se sabe que se seguía enterrando a la clase dirigente, pero ahora también a mujeres y a algunos niños. En ambos casos, la edad media de los difuntos es de 33 años aproximadamente. Es ahora cuando este pequeño tramo de litoral consolida su carácter sagrado con la aparición de las primeras tumbas en la Illa des Porros y la construcción de un primitivo santuario en la Punta des Patró.

En la última fase, que se alarga del siglo IV al siglo II aC, las tumbas son más simples, pero el ajuar funerario es más rico; se siguen enterrando hombres y mujeres pertenecientes a la minoría dirigente y la media de edad de los difuntos sube a los 38 años. En este período se engrandece al santuario de la Punta des Patró y el cementerio de la Illa des Porros se amplía con tres círculos de sepulcros para enterramientos colectivos.

A partir de este momento, la necrópolis de Son Real se abandona y no se construyen nuevos sepulcros, aunque se siguen llevando ofrendas y se hacen enterramientos nuevos hasta el siglo I dC. En la Illa des Porros los enterramientos continuaron hasta la Edad Media (siglos XI-XV).

Muy resumido, esto es lo que nos explicaron los arqueólogos que participan en la campaña de excavación de este año durante la visita que un grupo les hicimos dentro del programa de actividades de las fiestas de Can Picafort. Es una visita que se realiza cada verano y que reúne un discreto número de curiosos. Pero en esta ocasión el grupo fue especialmente numeroso porque pocos días antes los periódicos publicaron la noticia del hallazgo de cuatro esqueletos en dos tumbas de la etapa posttalayótica. Y nos los mostraron mientras los desenterraban con el cuidado y la meticulosidad que requiere la ciencia arqueológica. Fue el momento más intenso de la visita, porque con la presencia de aquellos restos todo el recinto sepulcral se llenó de significado. Aquellos restos eran la clara evidencia del carácter sagrado del recinto, de espacio de tránsito, de reposo eterno, de evocaciones, ofrendas y plegarias, de inquietud angustiosa ante la muerte palpable, el cuerpo inerte, la descomposición de la carne y el viaje del alma, o la consciencia, o el yo, o como se le quiera llamar hacia… ¿Hacia dónde?

Y creo que es esto lo que me atrae de aquel montón de piedras. Que desde hace tres mil años simbolizan la gran incógnita, la pregunta a la queremos dar una respuesta como sea, que nos hermana y nos divide, que nos atormenta más y más a medida que avanzamos en el tiempo propio. ¿HACIA DÓNDE?