Reflexión sobre el matrimonio por encargo de unos novios
(Este texto fue leído el 4 de setiembre del año 2015, en el Salón de Sesiones del Ajuntament de Palma, durante la ceremonia de boda civil de Juan Rafael Medina Torrecabota y Joaquina Fructuoso Sunyer)
Las personas afrontan el matrimonio con diferentes actitudes y predisposición. Hay parejas que se casan al mes de haberse conocido, arrebatados de amor; otros, en cambio, son novios durante años y llegan al matrimonio casi por aburrimiento. Hay quien a medida que se acerca la fecha fijada va poniéndose nervioso y se lo repiensa; en cambio, hay quien también se pone nervioso y se lanza de cabeza. Sé de personas que en el momento de decir “sí” a uno, pensaban en otro. Otros no se han presentado a la ceremonia y han dejado plantado a todo el mundo, pareja e invitados. También hay quien se casa y a los tres meses de divorcia. Y quien, la noche de bodas, confiesa a la pareja que no sabe por qué se ha casado. Y ya no hablemos de lo que pasa después del matrimonio.
Por eso, asistir a una boda, aunque sea mediante un acto discreto, sin grandes ceremonias ni banquetes, siempre tiene un punto de inquietante. El asistente no puede dejar de preguntarse qué pasará a partir de ahora y busca referencias en la historia: en la suya y en la de la Humanidad. En la suya, hace un repaso de los matrimonios de los que dispone de información entre parientes, amigos y conocidos, y se da cuenta de que a más información, más conflictos y disgustos, y que las parejas que le parecen ejemplares y consolidadas son precisamente aquellas de las que no sabe casi nada. “Un poco sospechoso”, piensa.
En la historia de la Humanidad, la vida íntima de las personas tan solo es reflejada por biógrafos y novelistas. Y el asistente empieza a repasar personajes que recuerda sin ir demasiado atrás. Enrique VIII de Inglaterra se casó ocho veces y no tenía manías a la hora de acabar con las disputas de pareja; a Carlos I de España se le reconocen como mínimo cinco hijos fuera del matrimonio; Catalina II de Rusia tuvo un montón de amantes y, según malas lenguas, no todos de la especia humana. Y si seguimos por la línea de la realeza hasta nuestros reyes más recientes la institución matrimonial tampoco sale bien parada.
De lo que dicen los novelistas no hace falta hablar, porque éstos se entestan siempre en ofrecer la peor cara del matrimonio. Desde Flaubert a Jonathan Franzen, pasando por Tolstoi y Simenon, el matrimonio es presentado como una fábrica de frustraciones y de infelicidad. Y cuando hay alguien que crea situaciones y personajes conducidos por el más puro enamoramiento, como Jane Austen por ejemplo, siempre acaba las historias justo en el momento de la boda. Después no sabemos cómo siguen. Muy sospechoso, también.
Con todo esto no quiero decir que del vínculo matrimonial no se tenga que obtener ninguna satisfacción. Si la gente sigue casándose por alguna razón será, aunque el asistente no la comprenda y se mire con incredulidad y admiración a Juanra y a Joaquina, que precisamente ahora acaban de contraerlo. Y a los que felicito de todo corazón y les deseo que sean la excepción que confirma la regla y vivan en paz y felicidad. Amén.
Y ahora ya podéis gritar aquello tan tronado de “¡Viva los novios!”.
(Fotos cedidas por Juan Rafael Medina)