Walking Córdoba

Esta Navidad estuve en Córdoba. Córdoba es una ciudad de ribera. Situada originariamente en el margen derecho del río Guadalquivir, hoy se extiende por ambos márgenes y se ha convertido en una ciudad amplia y moderna. Pero el encanto principal de Córdoba radica en su pasado, cuyos vestigios son los que le dan carácter y singularidad.

El puente sobre el río Guadalquivir es el elemento arquitectónico más imponente del periodo de dominación romana, cuando Córdoba ostentó la capitalidad de la Hispania Ulterior y de la Bética. Precisamente, el nombre de la provincia romana deriva de Bætis, que era como los romanos llamaban al río. Por el puente pasaba la Via Augusta, la calzada más importante de Hispania, que comunicaba Corduba con Roma. A lo largo de más de 2000 años de historia, el puente romano ha sufrido hundimientos, reformas y modificaciones, pero siempre ha conservado la fisonomía original, con la que se ha convertido en un símbolo de la ciudad. Hoy, siete puentes más, la mayoría de construcción reciente, han liberado el viejo puente romano de la servidumbre del tránsito rodado, convirtiéndose en un paseo peatonal suspendido sobre las aguas del “río grande”, que es lo que significa wadi-al-Kibir.

En un salto de diez siglos pasamos de capital romana a capital del Islam. Tras la ocupación del sur de la península por los árabes a principios del siglo VIII, Córdoba se convirtió en la capital de al-Andalus el año 716, de un emirato independiente el 756 y del Califato de Córdoba el 929. De este brillante momento histórico data el monumento más significativo de la ciudad: la mezquita; buena parte de las murallas y, sobre todo, un casco antiguo de calles estrechas y tortuosas, plazas minúsculas y patios de sombríos, en donde a menudo se oye el fresco rumor acuoso de un surtidor. A lo largo de más de cinco siglos, durante la mayor parte de los cuales conviven en la ciudad musulmanes, judíos y cristianos, Córdoba se convirtió en un importante foco cultural, con la aportación de dos grandes pensadores; Averroes y Maimónides, el uno musulmán y el otro judío.

A 8 km al oeste de Córdoba, los restos de Madinat al-Zahrā (Medina Azahara), la “ciudad brillante”, forman el conjunto arqueológico más importante de arquitectura civil hispano-musulmana. Esta ciudad, asentada en las pendientes de la sierra de Córdoba, la mandó construir Abderrahman III en el año 936 como un acto de afirmación de su poder tras proclamar la independencia política y religiosa del Califato de Córdoba respecto a Bagdad. La visita a sus ruinas, previo paso por el moderno recinto de interpretación, constituye una inmersión en la historia de Córdoba y de la península Ibérica, y contribuye a comprender su brillante papel dentro de la cultura islámica.

La conquista cristiana en el año 1236 por Fernando III de Castilla inicia un nuevo período político y cultural de la ciudad, que también deja su rastro monumental. La mezquita se convierte en Catedral, se levanta el Alcázar de los Reyes Cristianos, con sus jardines, se amplían las murallas  y toda una serie de iglesias, palacios y casas nobles se insieren o dilatan el entramado urbano. A menudo, en esta transformación se yuxtaponen elementos de las diferentes culturas que conviven en Córdoba con resultados que dotan a la ciudad de una fuerte personalidad.

Caminar por el casco antiguo de Córdoba es un constante descubrimiento de imágenes y rincones que cautivan por su armonía y pulcritud. Y no pude resistir la tentación de intentar perpetuar la mirada a través del objetivo de la cámara .